Batalla de Winchelsea: La flota castellana de Carlos de la Cerda casi termina con Eduardo III de Inglaterra (1350)
En el marco de la guerra de los Cien Años, el 29 de agosto de 1350, la flota inglesa comandada por el propio rey de Inglaterra, Eduardo III se cruzó, en aguas cercanas a Winchelsea, con la escuadra castellana bajo el mando de Carlos de la Cerda.
Imagen: Representación medieval de un combate naval recogida en las Crónicas de Jean Froissart.
La Batalla de Winchelsea, también denominada en honor de los bravos soldados castellanos, Batalla de Les Espagnols sur Mer (de los Españoles en el mar), aconteció el 29 de agosto de 1350, al sureste de Londres, cerca de la costa de Inglaterra, a escasos kilómetros de las célebres costas de Hastings conocidas por la invasión franco-normanda de 1066.
El enfrentamiento naval se produce cuando la flota inglesa, mandada por el rey guerrero Eduardo III, acompañado de sus hijos, el príncipe Eduardo de Woodstock apodado "el Príncipe Negro", su hermano, Juan de Gante (I duque de Lancaster, conde de Richmond) de tan solo 10 años, los condes de Northampton y Warwick, junto con casi cuatrocientos señores de distinción que se alistaron, se pone en marcha a la espera de interceptar a la flota lanera castellana que se dirigía de regreso a puertos de Castilla tras regresar de la ciudad comercial de Brujas.
Imagen: Juan de Gante (I duque de Lancaster). Tercer hijo superviviente de Eduardo III
Los motivos del enfrentamiento que se circunscribe a la Guerra de los Cien años no están claros. Del lado inglés, se habla de una simple acción puntual contra la flota Castellana por alguna acción de corso sufrida previamente, seguramente a finales de noviembre de 1349, cuando una flota mandada por Carlos de la Cerda llegó a Guerrande, rompiendo la tregua entre Inglaterra y Bretaña, apresando numerosas naves cargadas de vino y pasando a cuchillo a sus tripulantes. A esta acción hay que añadir, una gran flota castellana con mercancías en dirección a Flandes, había apresado varias naves inglesas o bayonesas que se dirigían a cargar vino en la costa francesa.
Del lado francés, las crónicas nos indican que el enfrentamiento se produjo cuando Eduardo III se proponía reunir una gran flota para desembarcar en Francia y ser coronado rey en la ciudad de Reims, tras la muerte del rey francés Felipe VI el día 22 de agosto. Plan que sería desbaratado tras sus pérdidas a manos de la flota castellana dirigida por Carlos de la Cerda, de linaje real castellano, que se encontraba en aquellos momentos refugiado en Francia. Tras su brava acción, sería nombrado posteriormente, Condestable de Francia, por el nuevo monarca francés Juan II "el bueno", que fue coronado el 26 de septiembre sin oposición de Eduardo III de Inglaterra.
Eduardo III, dispuesto a terminar con las acciones de corso castellanas, envió una misiva al arzobispo de Canterbury, primado de Inglaterra, el 10 de agosto de 1350. En una posterior carta enviada al mayor y jurados de la ciudad de Bayona dejó una frase para la historia:
"decíales que gentes de las tierras de España que habían salido á la mar, sin respetar las paces ó treguas que Inglaterra tenía con otras naciones. No satisfechos con esto, reunían en Flandes armada grande y multitud de gente de guerra con intención de invadir el reino de Inglaterra, estorbar el tráfico y posesionarse del dominio del mar, por lo cual mandaba y ordenaba que sin respeto a las treguas que tenían con los españoles, les hicieran guerra por tierra y mar, como á enemigos notorios suyos, armando al efecto cuantas naves pudieran, sin cesar en las hostilidades por ningún motivo". (Cesáreo Fernández Duro)
La simple mención a una posible invasión de Inglaterra permitió a Eduardo III, ordenar el embargo general de embarcaciones y marineros, así como reclutar soldados y derrama para su manutención justificadamente.
En la ciudad costera de Winchelsea, Eduardo III reunió su flota de 54 naves, compuesta por 5 urcas, 30 Kogges y 19 pinazas (de 30 a 40 ballesteros/arqueros por pinaza). La elección de Winchelsea como centro de reunión de las naves no era al azar. Sus costas eran cercanas al puerto de paso de Calais y lugar propicio para realizar la emboscada a la flota castellana.
La reunión de la flota inglesa llegó a oídos de la castellana en la ciudad de Flandes. Por ello se rearmó con mercenarios para la defensa, así como con la dirección de Carlos de la Cerda que pudo reunir una flota aproximada de 24 naves bien preparadas para regresar a Castilla.
LA BATALLA
El 28 de agosto, Eduardo III embarca en su nave insignia "Thomas" (apresado para esta acción), en espera de la flota castellana. Los mejores barcos, embargados para la acción, fueron habilitados para el príncipe y nobleza inglesa embarcada. Para ello fueron artillados, distribuyéndose entre ellos ballesteros, arqueros y soldados
El 29 de agosto, con viento favorable, la flota castellana fue divisada por lo que la flota inglesa al completo salió a interceptarla.
A pesar de doblar el número de barcos castellanos, la mayor altura de sus bordas, les permitió acribillar las cubiertas inglesas con sus ballestas y catapultas las atestadas cubiertas de soldados ingleses. No obstante, los más maniobrables barcos ingleses consiguieron finalmente fijarse a las naves castellanas y abordarlas, ahí se hizo valer la superioridad numérica de las fuerzas inglesas.
Como era costumbre en la época, no se solían hacer prisioneros y estos eran arrojados por la borda.
La crónica que nos deja Jean Froissart, cronista de Eduardo III, no deja lugar a dudas sobre la épica de la batalla, cual justa entre caballeros, dejando anotado que la flota castellana, pudiendo haber rehuido el combate, se lanzó cual justa contra la flota inglesa.
El buque insignia inglés, con Eduardo III a bordo, fue embestido por su costado contra una navío castellano, sufriendo tantos daños, que hubo de ser abandonada momentos antes de hundirse con el rey a bordo que consiguió salvar la vida, a duras penas, abordando otro barco castellano y tomándolo.
La batalla fue un auténtico cuerpo a cuerpo sin tregua, sin piedad.
El barco del príncipe Negro también se fue a pique casi con el heredero de la corona de Inglaterra que, al igual que su padre, Eduardo III, salvó milagrosamente su vida in extremis, saltando a la borda de un barco castellano que consiguió finalmente tomar.
Imagen: Eduardo, príncipe de Gales como caballero de la orden de la Jarretera, 1453. Ilustración del Libro de la Jarretera de Brujas
La batalla finalizará, como nos narran las crónicas épicas, cuando Hamekin, escudero de Roberto de Namur, que comandaba la nave que portaba "toda la casa del Rey", siendo abordado, consiguió cortar la driza de la vela mayor del navío español cuando los ingleses se daban por derrotados. Esta acción sorprendió a los marinos cántabros, que se vieron cubiertos bajo la vela y haciendo ingobernable la nave. Esta acción facilitó la llegada de refuerzos ingleses de otros barcos, aniquilando a la oposición castellana. Gran parte de la flota castellana fue a pique o apresada (no menos de catorce naves fueron finalmente apresadas), aunque un puñado de ellas consiguió escapar, incluida la nave que llevaba a Carlos de la Cerda, que será nombrado Conde de Angulena a finales de 1350 y Condestable de Francia en 1351.
Tras esta pírrica victoria inglesa, que apunto estuvo de costarle la vida a Eduardo III y su hijo, decidió acuñar monedas con la frase King of the Sea (Rey del Mar).
Ni de lejos Eduardo III había conseguido el dominio del Canal de la Mancha. A los largo de la Guerra de los Cien Años, las costas inglesas sufrirán el continuo ataque de navíos franceses o castellanos, que saquearán y quemarán numerosos puertos y ciudades durante la guerra.
Las pérdidas en barcos (dos según las crónicas inglesas, curiosamente las dos mejores en las que iban embarcados Eduardo III y su hijo) y hombres por la parte inglesa (solo mencionan las crónicas, al caballero Sir John Goldesborough como caído en combate entre la nobleza que participó), debieron ser cuantiosas a tenor de la petición de paz que solicitó Eduardo III.
En noviembre de 1350 envió emisarios para formalizar una paz con los maestros y marineros cántabros residentes en Flandes, que se firmaría el 1 de agosto de 1351 entre Eduardo III y la Hermandad de las Marismas del señorío del rey de Castilla, que envió a sus marineros representantes a la capital británica. los marinos Juan López de Salcedo, oriundo de Castro Urdiales, Diego Sánchez de Lupard, de Bermeo, y por parte de Guetaría, Martín Pérez de Golindano (Estéban Pérez de Golindano participaría de las reuniones posteriores en 1353). El tratado fue ratificado por Pedro de Castilla en las Cortes de Valladolid.
El acuerdo deja claro que los marinos cántabros tenían permiso de libre circulación por el Canal de La Mancha, costas de Inglaterra y Bretaña, fijando una tregua de veinte años. Lo que deja a las claras las dudas que Eduardo III tenía sobre la impredecible flota castellana.
Autor: Jose Mª Maestre Domínguez ©
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Fuentes:
Asociación #Laulanet
La Marina de Castilla. Cesáreo Fernández Duro. Editorial Maxtor
Recuerdos históricos castreños. Javier Echevarría. Editorial Maxtor
v 2.0
Fotos: Wikimedia Commons, Wikipedia, Wikiart, Pixavay.
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